17 de octubre de 2014

Capítulo 20


“Because sometimes change for the better felt like a little death.”
--Clary, City of Heavenly Fire. 
 Trey
¿Alguna vez les ha pasado que se quedan a dormir en la casa de un amigo y al día siguiente, al despertar, les da un mini ataque cardíaco cuando ven que no están en su cuarto? El color de la pared no es igual al de tu habitación, las cortinas sin duda se ven un poco diferentes —si es que hay—, y juras por Dios que tu cama no tiene un colchón de florecitas. Es horrible sentir esa sensación de perdición momentánea, donde tu mente está atravesando este lapsus-brutus en el cual no recuerdas ni tu propio nombre. Casi aterrador.

Ajá, sé que me comprenden. 

Eso es lo que me sucede cuando mis párpados se levantan y lo primero que atraviesa mi vista es un rayo de luz bastante encandilador. Por un segundo pienso ­—lo juro—, que de alguna forma extraña morí mientras dormía y estoy en el cielo, pero entonces todo lo que pasó la noche anterior viene hacia mi cabeza con fuerza, como un tsunami arrasando una isla. Yo dejando en casa a Liz, ella llamándome para que viniese en una voz tan escalofriante que me puso los pelos de punta, mi cuerpo tratando de entrar por su oh-muy-pequeña-y-no-hecha-para-hombres-grandes-ventana y mis brazos intentando protegerla del sonido de platos rompiéndose y su corazón desboronándose. No logré dormirme inmediatamente después de que ella lo hizo. Sentía que si lo hacía, su padre iba a subir y se la llevaría como se llevó a los platos, quebrándolos sin piedad en miles de pedazos, tirándolos en el jardín sin dudar. Aunque creo que eso lo ha hecho antes, aún cuando yo ni siquiera estaba en su vida. 

Mi pesadilla parece confirmarse en este instante, dado el hecho de que no hay absolutamente nada acostado a mi lado y estoy oficialmente alarmado. Mis ojos tratan de ajustarse a la luz del sol mañanero, pues no hay cortinas que me cubran y mientras algunas sombras molestas se topan en el camino, no encuentro ninguna mancha rojiza que me diga que está aquí.

¿A dónde rayos fue?

Frunciendo el ceño salto fácilmente de su cama, estirándome en el proceso porque, lo juro, su colchón tiene que estar hecho de espuma. No es nada cómodo. Mata-espaldas, podría decirse. Con esa idea en mi cabeza, camino cuidadosamente hacia el pasillo y por las escaleras, porque sinceramente ya no estoy seguro de qué encontraré.

Creo que esperaba hallar al padre de Liz abajo, mirándome asesinamente con una botella de cerveza en la mano, listo para tirarme al jardín si fuese necesario. A lo mejor deseaba que algo cayese en mi cabeza al segundo que pisase el primer piso, un objeto como… No lo sé, ¿un cuchillo?

Pero no sucede.

Lo único que veo es vacío. La puerta de la entrada está cerrada, el cuarto se ve tranquilo y hasta los pájaros cantan afuera. 

¿Piensan lo mismo que yo?

Síp, muuuy sospechoso.

Sé que he dicho que soy pésimo en las premoniciones. Que cada vez que trato de adivinar un tema o una situación, termina siendo lo opuesto, dando un giro de 360 grados que obviamente no esperaba, sin embargo algo en el ambiente de la casa se siente mal. ¿Han escuchado ese dicho que dice “después de la tormenta, viene la calma”? Pues déjenme decirles, esto no es “calma”. Podría definirse más como silencio mortal y, créanme, hace que tus pelos estén de punta.

Me asomo hacia la sala en busca de Liz, pero no hay absolutamente nadie aquí. Solo un sillón usado y… Bueno, nada más.

¿Eh? Está muy limpio.

Arrugo la cara. Huh, ya veo a dónde quiere llevarme este camino.

Con pasos decididos me dirijo rápidamente hacia la cocina, ni siquiera fijándome en lo que está a mi alrededor más que en un punto fijo color rojo, sentado directamente en el suelo, con su cabello colgando a los lados como cortinas que cubren su rostro. Las manos que tanto me gusta admirar están sosteniendo pedazos de vidrio con cautela, temblando en el proceso.

Creo que saben de qué punto rojo estoy hablando.

—¿Liz? —susurro, acercándome tal como un veterinario se acercaría a un animalito asustado—. ¿Qué estás haciendo, Ángel?

Sus dedos siguen trabajando en el material destrozado, casi con ternura. Lentamente, alza su cabeza para observarme y sus ojos miel conectan con los míos, sonriendo y, aún cuando amo cada curvatura de sus labios cuando me dedica una de sus hermosas y brillantes sonrisas, esta no es una a la que pueda decir que adoro. Más bien, hace que tenga que respirar hondo, porque hay algo diferente en ella.

Algo roto.

—Oh, Trey, despertaste. ¡Buenos días! No quería levantarte tan temprano —salta sobre su eje, pareciendo una niña que acaba de recibir sus regalos de navidad—. Estaba tratando de arreglar estos platos. Ya sabes cómo es papá, con sus borracheras y eso, pero ya lo arreglaré. No es la primera vez que sucede algo así. Solo tengo que pegarlos y volverán a servir.

Trago fuertemente, alcanzándola y arrodillándome justo a su lado, donde puedo verla mejor. De lejos, lo único que puedes notar es la forma en que sus palmas se estremecen con cada toque a la vajilla, pero cuando te acercas todo aparece: cortadas en cada parte de su mano. Sangre fluyendo como chocolate en el río de Willy Wonka y pequeños moretones comenzando a formarse.

Creo que mi piel acaba de tornarse blanca como el papel.

—Ayer estaba tan enojado —su voz tiembla ligeramente, aunque ella no lo nota—. Mamá cumplía años de muerta, claro que estaría enojado, ¿quién no? Obviamente la rabia se lo carcomía.

Asiento, levantándome para ir sigilosamente al lavabo y conseguir algo con qué limpiar las heridas, ya que está muy concentrada hablando. La verdad no sé a dónde quiere llegar con esta conversación, pero sea lo que sea, dejaré que diga todo. Bueno o malo.

—Yo debería estar enfadada, ¿no crees, Trey? Debería ser la que hubiese llegado a casa a tirar platos por el jardín —la furia la invade de una manera que jamás pensé ver en Elizabeth. Tanto que me asusta—. Después de todo, ¿él que perdió? A su mujer, cierto, al amor de su vida, pero, ¿y yo? No solo perdí una madre, sino que también  perdí a un posible hermano y a mi padre en un mundo de alcohol y traumas que me atormentan en pesadillas cada noche. 

Cierro mi puño, concentrado en sus palabras y cómo se filtran por mi piel con dolor. Es como si traspasara su enojo a mi cuerpo en una conexión extraña; simplemente no puedo evitarlo.

Aparentando algo que no siento, camino hacia ella calmadamente con una toalla mojada y me siento al frente de su pequeño ser, haciéndole saber que escucho.

Casi salto cuando sus ojos me miran fijamente, permitiéndome observar todo el dolor que está sintiendo en estos instantes.

—¿Sabes que tengo espacios en blanco en mi mente, Trey? —confiesa, apretando con fuerza una mano cuando la tomo entre las mías y la beso—. ¿Que no recuerdo días completos porque algo, solo algo sucedió y mi mente tiene esta estúpida forma de “protegerme”, bloqueando todo? No las tendría si no fuese por él… Y todo es por él. Cada sueño perdido, las incontables burlas por mi apariencia, el temor de irme a dormir sin saber si hará una locura. Eso y más es por mi papá.

—Liz, yo sé que…

—¡Oh y lo mejor de la situación hasta la actualidad! —interrumpe, comenzando a reírse como si este tema en serio fuera divertido. Es leve al principio, pero se convierte en algo histérico—. No tenemos ni un centavo y decide dejarlo de lado y romper CADA MALDITO plato que existe en nuestra casa porque “¡está enojado!”. Pues, ¿sabes qué, Trey? Él no es el único molesto en esta casa. Yo estoy fúrica: exhausta. No puedo seguir con esto.

Antes de siquiera terminar de pronunciar “esto” veo anonadado cómo Lizzie se levanta del piso y tira los restos del material punzocortante al lavabo, dejando mis vendas e intentos de curarle la mano olvidados —y sí, para los que se preguntan, sigue sangrando. Tanto, que se parece muchísimo a la película de Carrie, solo que en una sola parte del cuerpo—. Es hasta ahora que noto que sus mejillas se encuentran sonrosadas por una emoción desconocida tanto para ella como para mí y su ceño se frunce de una manera que le podría causar una arruga permanente. Respira fuerte, entrecortado y, cuando se ha calmado un poco, su mirada se vuelve a perder en la ventana, donde el jardín de afuera nos saluda con una alegría que sin duda no estamos sintiendo.

Pronto, sus ojos se tornan tristes, casi llorosos.

—Perdón —susurra inaudiblemente y, aunque lo lógico sería pensar que la disculpa va dirigida hacia mí, estoy seguro de que le habla a algo más allá de mi conocimiento—, pero estoy destrozándome lentamente. Debo terminar.

Segundos después sale de la cocina y escucho sus pasos por la madera, la escalera rechinando por el peso. Un poco de bullicio se esparce por el silencio del hogar y, suponiendo que quiere un poco de privacidad me voy hacia la sala a esperarla para ver qué ha estado haciendo.

Con suerte, permitirá que vayamos a casa para sanarle la mano —lo sé, insisto demasiado, es solo que no soporto saber que está lastimada—, y dejará que la tranquilice de alguna manera.

O de otras…

Dios, lo siento, no debería pensar cosas así en un momento como este. Estoy enfermo.

—¿Trey? —dice Liz desde las laderas, donde solo me llega el sonido de su voz. Camino hacia ella con seguridad, hasta que me detengo en mis cabales con lo que supongo solo puede ser un rostro muy, pero muy idiota, porque no estoy sorprendido de verla, sino de lo que trae en la mano—. Estoy lista para irme.

Una maleta.

Una jodida y —gracias a Dios— bendita maleta. Que alguien me pellizque…

Pero no muy fuerte. 

20 minutos después…

—Así que, ¿en serio estás segura de esto? —pregunto por milésima vez en el día—, ¿no vas a tener serios arrepentimientos en unas cuantas horas y me mandaras a la cárcel por secuestro y acoso sexual? 

Liz sonríe levemente, meneando su cabeza.

—Estoy segura y no, no tendré serios arrepentimientos en unas horas y tampoco te enviaré a la cárcel por secuestro y acoso sexual —me observa confundida, parpadeando ligeramente—, aunque no le veo el sentido a la parte de “acoso sexual”.

Me encojo de hombros, logrando alternar mi atención entre la carretera y su rostro.

—Suelo besarte y abrazarte constantemente. ¿Quién sabe? Tal vez tienes un detective que nos ha tomado fotos juntos y posees millones de pruebas sucias contra mí para hacer que caiga como una sucia cucaracha en la cárcel. Todo puede suceder.

Una diminuta y cantarina risa sale de sus labios mientras se inclina para darme un ligero beso en la mejilla. Lo confieso: cada vez que hace algo así mi corazón salta un poco.

Pero no le digan a nadie.

—Tienes las ideas más extrañas del universo.

Le sonrío arrogantemente.

—Es un don que se me da.

Verán, en un día normal, con una conversación común y corriente y a lo mejor en un carro de mayor calidad, este diálogo seguiría por horas —y cuando digo horas, son horas—, sin embargo creo que hoy es un poco especial, porque hasta yo mismo me encuentro en un momento privado de shock.

Liz salió de su casa.

Para siempre.

Lo sé, surreal, ¿no? Elizabeth tuvo que chasquear sus dedos frente a mí como 4 veces antes de que pudiese reaccionar y coger su maleta en la casa. Simplemente no podía creerlo. ¿En serio ella, que me rogó por quedarse hasta septiembre con su padre y lloraba al pensar en dejarlo, alistó su maleta y me pidió que nos fuéramos de allí? ¿Acaso esta situación donde la seguía hasta mi auto y abría su puerta con cuidado para luego meter sus cosas en la parte de atrás era real? ¿No estoy viviendo en un maldito libro donde la autora va hacer que me despierte y descubra que —vaya maldición—, era una mentira?

Síp, todo es una mentira. Cayeron. ¡JÁ!

No, mentí de nuevo. Esto está sucediendo, señoras y señores. Agárrense de sus pantalones, porque Elizabeth Sprout salió de su casa y dejó a su padre para bien.

Me estremezco de solo pensarlo.

Obviamente el inicio del viaje fue tenso. Mi pequeño y nunca enojón Ángel venía echando humo de las orejas, golpeteando su pie una y otra vez contra el asiento del pasajero. Farfullaba cosas inentendibles y tomaba respiraciones profundas para calmarse y, más tarde, volvía a inquietarse.

Fue un tanto extraño, no en el sentido malo, sino en que me fue raro verla de esta manera. Tan descontrolada y al borde de sus emociones. Siempre ha sido esta chica tranquila, que se ríe sin parar ante uno de mis chistes y trae vida a tus días con sus anécdotas, pero a la vez tímida y silenciosa. Ahora se asemeja a la muchacha que veo cuando jugamos un partido, solo que un tanto más diferente. Es una nueva versión de sí misma.

Y que Dios no permita que nunca vaya dirigido hacia mí.

Todo el tiempo tomé su mano lastimada entre la mía por sobre las marchas, acariciándola levemente, dándole a entender que estaba allí para ella, sin embargo le daría todo el tiempo que quisiese. Aunque no dijo nada sobre el gesto, sé que lo agradeció por la forma en que nunca se apartó. Sus acciones me demostraban que, si bien no estaba —y sigue sin estarlo—, en la mejor condición, lo único que deseaba era tener a alguien a su lado. Una persona que no la dejaría a pesar de que cometiese la mayor locura del mundo. 

Y sí, soy yo. Dejen de preguntarse de quién hablo.

Para el momento en que la sentí relajarse, comencé a hacerle preguntas, tipo: ¿En serio quieres hacer esto? O: ¿Segura de que no dejaste nada en tu casa? Y: ¿Qué prefieres, ser un perro o un gato?

Lo sé, tampoco lo esperaba.

Por lo que, resumiendo, toda esta sucesión de cosas nos trae a este momento, donde Liz está acomodándose en su asiento después de haberme un dado un beso en la mejilla y yo conduzco tranquilamente por la carretera, tratando de tomar el camino más largo a mi casa para que tenga tiempo de despejar su mente, aunque no hay más formas de alargarlo, porque prácticamente en minutos llegaremos a mi “hogar, dulce hogar”. Claro, contando con que el carro siga funcionando. Nunca se sabe, podría vararse en cualquier segundo. Así de mal está.

Ni siquiera sé por qué recalco que está mal. Se le zafó una puerta, creo que cualquiera se haría a la idea de que es una porquería… Sin embargo, es mi porquería.

—Creo que esto es una mala idea, Trey —dice Liz, mordiendo su labio con nerviosismo.

Oh, sabía que esto venía. Inmediatamente me parqueo al lado de la calle, porque sé que si hablo sobre el asunto mientras manejo, lo más probable es que nos mate a los dos. 

—¿Y cómo es una mala idea, Liz? —pregunto, tratando de parecer inocente. Toda una hazaña.

—¿Comenzando por el hecho de que estamos asumiendo que tu mamá me dejará vivir en tu casa por un tiempo? —su voz es dubitativa, al igual que sus movimientos—. Además, no es como si fuese muy fácil tener que criar 2 hijos sola, para que yo venga y sea una rueda que sobra. Seré una simple carga.

Suspiro mientras paso una mano por mi rostro, frustrado. Esto no puede estar pasando. 

—Ángel, mi mamá te ofreció su ayuda, ¿recuerdas? Dijo que si ocupabas de su apoyo, te lo daría. Este es el momento ­—me volteo sobre mi propio eje para poder encararla directamente—. Ella no te considerará una carga. Si mal no recuerdo, sabes cocinar, limpiar, planchar y hacer todos los quehaceres de la casa. No dudo en que te pondrá a realizar unas cuantas tareas extra, pero no es más que lo que nos pide que hagamos a Rachel y a mí. Irá bien.

Bufa, rodando los ojos con desdén sin considerar mi argumento.

—Ya, pero ¿no crees que vivir en la casa de tu novio es un tanto “novela romántica de las que tanto hablas”? 

No hablo de novelas románticas. Mi hermana lo hace porque las lee por montón y yo termino siendo una lora que repite todo lo que dice. Lo juro.

—Yo no…

—Y siempre dices que la chica de alguna forma logra meterse en la casa del novio y ¡tienen sexo como conejos en primavera! ¡Con 17 años! —lo último prácticamente lo susurra, sus mejillas encendiéndose como focos con solo pensarlo—. Esto no es un libro, Trey. Dudo que tu mamá esté muy a gusto con la simple imaginación de que estemos bajo el mismo techo día y noche.

Okay, tiene un punto. Como hijo legítimo de esta señora, sé por conciencia que no le agradará la idea. Aunque es un tanto obvio, aún así lo diré: mi mamá es católica. Como del tipo que va a la Iglesia cada domingo que puede y cuando no lo logra se siente mal. Suele usar esta frase con nosotros al darse cuenta que no hemos asistido como por 2 semanas. Es: “¡estamos como perros o animalitos, sin agradecer nada de lo que tenemos al Señor!”

Sí, no es bonito que te digan animal. Obviamente te sientes fatal en un instante.

—Puede que tengas razón, pero entenderá la situación, Liz. No es un caso muy normal que digamos —tomo sus manos entre las mías, poniendo mi mejor cara de cachorrito arrepentido o, para mayor imaginación: la del gato con botas—, sin embargo hoy diste un gran paso al salir de tu casa. ¿En serio quieres dar marcha atrás y volver, sabiendo todo lo que finalmente dejaste atrás? ¿Una vida llena de desdichas y golpes para dar paso a otra llena de oportunidades? Hablar con mi madre será un pasito comparado a lo que viviste hoy. Considéralo.

El silencio nos invade durante unos segundos, en los cuales ella aprovecha para cerrar sus ojos, tirar su cabeza hacia atrás y exhalar. Veo perfectamente el movimiento de su garganta al tragar demasiado duro y noto que los vellos de sus brazos se erizan con nerviosismo, mas hay algo que sé antes de que me mire. 

Lo está considerando. Y su cuerpo la invita a decir que sí. Prácticamente se lo grita.
¡Grítaselo con más fuerzas, interior! ¡Hazlo!

—Está bien —susurra, sin observarme aún—, después de todo, si no lo hago hoy, no lo haré nunca.

Sonrío gigantescamente, sacándola de su cinturón y trayéndola hacía mí a la velocidad de la luz, no sin antes darle un pequeño beso en los labios que, sinceramente, me sale en el furor del momento.

—Así se habla. Esta es la Liz que conozco —aprieto su cintura con cariño y siento cómo mi sonrisa se suaviza—; estoy orgulloso de ti.

Acomoda su cabeza en el hueco de mi cuello, inhalando levemente, tratando de calmarse. Muchos podrían pensar que no le gustó mi cumplido, pero sé que hay una pequeña y casi inexistente curvatura en sus labios que me indica que, en cierta forma, también está orgullosa.

—Entoonces… —digo, después de demasiado tiempo callados y deseando alivianar el ambiente—, ¿segura de tu decisión de “nada de ser conejos en primavera”?

Y así como así, me pega en el pecho fuertemente, pero también se ríe y eso… Eso es lo que me hace reír también.

5 minutos y un parqueado cuidadoso de carro después…

Para cuando llegamos a mi casa y he aparcado mi auto, lo único que puedo hacer es mirar el frente como si le hubiesen salido patas y una gran boca que nos comerá vivos. Aunque le dije a Liz que tenía que estar calmada con nuestra decisión y que mi madre obviamente entendería porque podría ser la Madre Teresa de Calcuta, debo confesar que sería un mentiroso si dijese que no estoy un tanto nervioso, porque, ¿sinceramente?

Lo estoy.

Okay, notificación para todo el público imaginario en mi cabeza: por más calma que un chico aparente frente a sus padres cuando lleva a una muchacha que le gusta a su casa, por dentro puede estar fácilmente muriendo, quemándose o llorando. Sé por experiencia que si tienes una buena relación con ellos, su opinión importará. ¿Si dicen que “esa novia nueva tuya” es un tanto extraña? Se quedará pegado a tu cabeza por horas. Y ¿si mencionan ligeeeeramente que les da una mala vibra? Es su manera de decirte “es una perra. Aléjate de ella”. Y puede parecer imposible, pero sí afecta en tus pensamientos. Mucho. Tanto que te hace preguntarte si lo que ves en esa persona es realmente taaan bueno como lo crees o es la famosa venda que te coloca Cupido cuando estás enamorado. Obviamente como somos unos idiotas, seguimos nuestros instintos y algunas veces las cosas salen mal, pero ¿hola? Recuerden que los padres no siempre tienen la razón. Son seres humanos, como todos los demás. Tuvieron una juventud en la que cometieron errores y les exclamaron que nada de lo que discutían estaba bien. Podrán ser más maduros y poseer el instinto paterno que al parecer todos adquieren al tener un hijo, mas eso no quita la posibilidad de cometer un error. Son padres, no perfectos. 

Sin embargo, nosotros somos hijos y sí, entre un 1 al 10 de margen de error, mientras que nuestros progenitores poseen un “1”, los jóvenes nos llevamos el 9. Vaya mierda.
Es por eso que estoy nervioso. No porque mamá vea a Liz —la adora—, sino por lo que dirá ante toda la situación. Sé que ya lo había conversado con ella, pero del dicho al hecho hay un gran trecho y no sé si le gustará mucho el trecho que estamos preparando en este instante. Si me diese una negativa, haría que me replantease todo un plan sobre cómo ayudar a Elizabeth y eso me destrozaría.

¿Ven? Por eso no puedo decirle nada de lo que pienso a mi novia.

—¿Lista? —pregunto, saliendo y llegando en segundos para abrir su puerta y alargar mi mano para que la tome.

Ella respira y sonríe.

—Tanto como podría estarlo.

Caminamos tomados de la mano hasta la puerta principal, donde saco mis llaves y abro con facilidad. Inmediatamente, el olor a tocino y huevos llena nuestras narices y respiro feliz. Dios, había olvidado que nos levantamos como a las 7:00 de la mañana y no hemos desayunado. ¡Y es domingo! Estoy hambriento.

Hago un ademán hacia Lizzie para que entre, porque en su timidez habitual siempre se muestra reacia a pasar sin que yo le diga que está bien que lo haga. Con pasos pequeños se me adelanta y me espera dentro, abrazándose a sí misma con temor. La rodeo por detrás para caminar juntos y es entonces cuando recuerdo que le había dicho a Jason que se pasara ayer por la noche por aquí y lo dejé plantado.

Uh oh.

—Am… —hago una mueca, incómodo—, ¿te importaría si subimos unos segundos arriba? Creo que Jase está en mi habitación y puede que no esté muy feliz conmigo.

Me observa con una pregunta en sus ojos, pero asiente.

—Claro, claro.

Sonrío, comenzando a guiarla hacia las escaleras con facilidad.

—Sé que es extraño que esté aquí sin que yo haya pasado la noche, pero le dije ayer después de dejarte que viniese y lo dejé totalmente solo —al llegar al final, doblo para dirigirme a mi habitación—, debe estar echando humo del enojo, con habladurías tipo “me cambias por otra” y blah blah bl…

No he terminado de decir mi tercer blah cuando tengo que detenerme al ver la extraña expresión en el rostro de Liz al mirar algo más allá de mí. Cuidadosamente sigo el camino de su centro de atención y es ahí donde los localizo: Jason y Rachel, en el pasillo, muy cerca, observándome.

Um, esto es raro.

—Hola —digo tentativamente, acercándome con cautela—, ¿qué hacen por aquí levantados tan temprano en la mañana?

En un caso normal esperaría una respuesta inmediata, pero esto no sucede. En cambio, ambos se quedan ahí, parados, viéndome como si fuese un fantasma o algo. ¿Qué rayos?

—¡Trey, amigo! —dice Jase finalmente, sonriendo gigantescamente para acercarse y darme unas palmadas en la espalda, dejando a Rach atrás—. Pensé que habías muerto o algo.

Ah, así que fue eso. Estaban preocupados.

—Lo siento, tuve que ir a la casa de Liz por unos inconvenientes. Lamento haberte dejado plantado.

Entrecierra sus ojos hacia mí, haciéndose el ofendido.

—Te costará caro.

Me rio, golpeándolo ligeramente.

—Ya lo sé.

Estoy a punto de hacer otro chiste hacia mi mejor amigo cuando miro por un segundo a Liz y me doy cuenta de que sigue viendo a Rachel de manera cautelosa. Nunca había visto ese tipo de mirada en ella, como cuando alguien está tratando de averiguar un acertijo pero no logra dar en el clavo. Por mera curiosidad hago lo mismo, sin embargo mi hermana no nos ve a ninguno de los dos, sino que tiene sus ojos clavados en Jason y hay un extraño rubor en sus mejillas. Su cabello está ligeramente desordenado, aunque supongo que es porque se levantó hace poco y creo que está… ¿Temblando?

Huh.

—¡Hola Liz! —dice Jase, interrumpiendo mis pensamientos y saludándola con un beso en la mejilla—. No te veía hace tiempo, ¿una semana, tal vez?

Ella le sonríe encantadoramente, sin embargo comparte su atención entre él y Rach.

—Menos que eso, Jason. Exageras.

Bufa, divertido.

—Parecieran siglos —desvía su cuerpo hacía mí, colocando un brazo en mi espalda y guiándome hacia las escaleras de nuevo—. Y tú, pequeño tortolo, te ganaste un castigo por tu madre, porque ha estado como loca toda la mañana preguntando por ti. Será mejor que vayamos pronto a verla.

Oh, mierda, mamá. Cierto.

—Tienes razón. Ya vuelvo, Ángel —me despido de ella con un ligero beso en la frente, para luego sonreírle a Rach—, y tú, pequeña, ve a bañarte antes de que mamá nos persiga a ambos por la casa.

Asiente, aunque no habla y todo el trayecto que realizamos Jason y yo bajando las escaleras siento su mirada clavada en nuestra espalda.

O mejor dicho, la de él.

 Elizabeth
 
Despistado: desorientado, distraído, que no se entera de lo que sucede a su alrededor. Extraviarse, perder el rumbo.

Según mi diccionario, la definición de despistado es exactamente esa que acabo de colocar arriba. Aunque tiene mil y un variaciones, creo que la mayoría de las personas relacionamos la palabra con ese significado. Ya saben, alguien despistado es esa persona que camina por la calle más transitada del mundo y, por escuchar música, se salta el alto y hace que todos los carros colapsen para no matarlo. O aquel compañero que tuve una vez, que pedía ir al baño y, cuando regresaba media hora más tarde, la profesora le preguntaba dónde rayos había estado y él simplemente respondía que… Pues, en el baño. Sin darse cuenta, claro, que mitad de la clase se ría de solo imaginar por qué duró tanto.

Relacionaría a muchísimas personas con esta palabra, en serio, pero ¿a Trey Petryfork? No. Él es el último ser humano en todo el universo a quien denominaría como despistado.

Hasta ahora.

Muy bien, repasemos la situación. Él y yo llegamos a su casa a las 7:00 de la mañana —casi 7:30—, donde me dice que su mejor amigo seguramente se quedó a dormir y que debemos irlo a ver. Todo bien hasta allí. Subimos las escaleras y, ¿qué es lo primero que veo?

A Jason, con tan solo centímetros separándolo del rostro de Rachel y una mirada tan depredadora que, lo juro, pensaría que está observando a un animal por cazar. Y, ¡vamos! ¡Mirénla! ¡La chica es demasiado linda como para querer matarla! Es como un conejito.

Sin embargo, eso no fue lo que me impresionó. Tal vez fue el hecho de que ella estaba devolviéndole la mirada con la misma intensidad o darme cuenta de que sus labios parecían estar demasiado rojos para esta hora de la mañana… O simplemente me quedé en shock al ver cómo sus ojos brillaban.

No es un brillo normal. Es ese tipo de luz que ves en el iris de una persona enamorada. La forma en que se les ilumina el rostro al verlos, esa sencillez de que alguien entre a la habitación y al instante otro lo siga con cada paso que da. Es el brillo del flechazo de Cupido.

Y oh oh, a Rachel la flecharon fuertemente.

El primero que oyó el sonido fue Jason, porque inmediatamente dejó de centrar su atención en Rach y me miró fijamente, con pánico. Después, se desvío hacia Trey y entonces sus miradas se encontraron. Podría haberse derretido un iceberg en esos segundos. Sentí que tenía la posibilidad de rozar el suspenso con una aguja y explotarlo como un globo. Los ojos de uno con el otro se cruzaron por tanto tiempo que no sé si fueron minutos u horas, pero mis pelos se pusieron de punta.

Y luego, mi novio habló.

—Hola —dijo tentativamente, acercándose con miedo—, ¿qué hacen por aquí levantados tan temprano en la mañana?

Al principio pensé que era una actuación. Un tipo de distracción entre ellos para no tener que hacer toda una escena sobre cómo su mejor amigo probablemente había besado a su hermana menor o algo por el estilo, pero entonces me fijé en su cuerpo y en lo relajado que estaba. En la manera en que sus labios luchaban por no tornarse en una sonrisa y el ligero inclinamiento de su cabeza al hablar con Jason.

Oh sí, no tenía ni una sola idea de lo que estaba sucediendo.

—¡Trey, amigo! —dijo Jason, llegando hasta él y dándole unas palmadas masculinas en la espalda—. Pensé que habías muerto o algo.

Dejé de prestar atención a su conversación porque me sumí en mis propios pensamientos. Es totalmente inaudito que Trey no se dé cuenta. ¿Es en serio? ¿Cómo no ve la chispa entre estos dos? Tiene que ser ciego. Es lo que me hace preguntarme si realmente no sabe absolutamente nada o simplemente no quiere aceptarlo y se pone una venda a sí mismo, para caer en la negación.

Mis ojos vagaron hasta Rachel, quien, en su pijama de conejitos y cabello recién levantado tocó sus labios con sorpresa y no podía dejar de ver a Jason. Había algo en sus acciones… Cierto tipo de admiración, asombro y felicidad que es indescriptible, sin embargo también guardaba la confusión y la inocencia que no me extrañó que poseyera. Alguien estaba confundida y no le han dado explicaciones.

—¡Hola Liz! —exclamó Jason, sacándome de mis pensamientos y dándome un beso en la mejilla—. No te veía hace tiempo, ¿una semana, tal vez?

Le sonreí momentáneamente, tratando de no quitar mi atención de Rachel para analizar cómo reaccionaba ante todo. No soy tonta, sé por qué me saludó de pronto.

—Menos que eso, Jason. Exageras.

Bufó, divertido.

—Parecieran siglos —terminó, dándose vuelta sobre su propio eje para colocar un brazo encima de Trey y guiarlo ligeramente hacia las escaleras—. Y tú, pequeño tortolo, te ganaste un castigo por tu madre, porque ha estado como loca toda la mañana preguntando por ti. Será mejor que vayamos pronto a verla.

Si alguien no hubiese estado prestando atención con totalidad a la escena que se desplegaba ante sus ojos, no se habría dado cuenta de que en el instante en que Trey se distrajo, Jason miró a Rach durante unos segundos con lo único que podría describir como preocupación. Pero luego le sonrío y le guiñó un ojo, quitando toda angustia de sus facciones y vi cómo una chica podía derretirse con una simple acción.

¿Seré yo igual?

—Tienes razón. Ya vuelvo, Ángel —dijo Trey, besando mi frente con ligereza—, y tú, pequeña, ve a bañarte antes de que mamá  nos persiga a ambos por la casa.

Rachel asintió, sin embargo no abrió la boca para hablar. Lo único que sé es que jamás despegó su vista de la espalda de Jason y lo siguió con una adoración increíble. Si hubiese podido estar en el lugar de ella, juraría que su corazón estaba latiendo a mil por hora, porque cada parte de su cuerpo gritaba la euforia que sentía.

Y todo este suceso es lo que nos trae hacia aquí, en este momento, donde me encuentro observando a la hermana menor de mi novio con una mirada inquisidora y, lo que espero que sea un rostro calmado y libre de prejuicios.

Puede que se vea como una mueca.

—¿Algo interesante de lo que quieras hablar, Rach? —digo con una voz suave, sonriendo tiernamente—. Soy una tumba.

Finalmente reacciona, viéndome como si acabase de darse cuenta de que estoy allí. Su expresión cambia como el segundero de un reloj, rápida. Pasa de estar llena de esperanzas y corazoncitos imaginarios volando a su alrededor a desesperada, con truenos malvados cayendo con fuerza y en pánico.

Lo siento, Trey me puso a ver muchas caricaturas.

—Yo… Eso… No sé de…—la veo tragar, llevando su dedo a la boca para morderse una uña en específico. De pronto, ni siquiera es capaz de hacer contacto visual conmigo—. No fue nada.

Asiento lentamente, encogiéndome de hombros. Si no quiere tocar el tema, no la presionaré. Conozco el sentimiento de ser empujada a contar algo que no deseas confesar, esa sensación extraña de anhelar gritarle al mundo lo que sabes que es verdad pero que tu corazón aún niega. Me es demasiado familiar como para llegar y hacerla sentir de la misma manera que odio.

—Está bien, entiendo ­—digo, sorprendiéndola. Camino hacia ella con calma y pongo una mano sobre su hombro—, pero si algún día quieres hablar de algo en lo que obviamente no podrías conversar con tu hermano, estoy aquí.

De pronto, levanta su cabeza con rapidez y me analiza por lo que podrían ser minutos. En sus ojos azules veo todo lo que piensa: la curiosidad, el temor, sorpresa y dubitación, sin embargo no sé lo que logra captar en mi cara, si sinceridad o comprensión, pero sea lo que sea la hace rodearme con los brazos fuertemente y darme un gran abrazo. Creo que escucho un chillido, aunque no estoy segura. Me pregunto si debería decir algo más, si seguir preguntando o hacer sonidos de abrazo —lo juro, la gente hace sonidos cuando abraza. Fíjense—, mas no me da tiempo de hacer nada, porque con la misma velocidad con la cual me abrazó sale corriendo a su habitación, dejándome sola y con una linda sensación en el pecho.

Sinceramente ese abrazo acaba de mejorar mi día en muchas maneras. Logró hacerme sentir valiosa y vaya que cuesta alcanzar esa meta conmigo.

Hasta ahora no he dejado que los sucesos de las últimas horas se atañen a mi cabeza con mucha facilidad, porque he tenido la posibilidad de distraerme con cada cosa que encontrase. Ya sea observar el paisaje por la ventana del carro u oír a Trey tratando de hacerme reír, pero siempre hay momentos de los que no podemos escapar. Una cierta hora del día que se aferra a nosotros como una garrapata y nos obliga a pensar y ¿eso? Está queriendo pasar ahora mismo, dado al hecho de que estoy sola.

Es divertido cómo no tener a nadie a tu alrededor te hace pensar en todo, ¿no lo creen? Pareciera que tu cuerpo se da cuenta de que no hay persona cercana que pueda verte derrumbar y te empuja a llegar al límite, a liberar todas esas emociones que estuviste guardando por demasiado tiempo. Se asemeja a las escenas de una película, donde las imágenes de situaciones que te atormentan se te presentan en bandeja de plata, una tras otra, detrás de tus párpados. Cierras los ojos para no verlo, pero el problema es que están allí y cuando los abres para que se alejen, prácticamente te gritan para escuchar lo que no estás dispuesta a oír. Es una clase de tortura donde luchas para no sufrir y finalmente, tus estragos no sirven de nada.

Durante este momento, lo único que logra llenar mis sentidos es el sonido de un “crash”. Platos rompiéndose uno tras otro en el jardín, pedazos cayendo como lluvia con granizo, gritos de un hombre que tal vez nunca conocí. Con costos logro memorar a Trey llegando a casa, consolándome y abrazándome, porque mi mente estaba concentrada en lo que sucedía abajo. En cada quebranto y llanto. En fantasmas de mi mamá observando la situación y, en sentir lo que es pasar por la decepción. Porque vi que estaba decepcionada de mi padre y más que eso, ciega. Vendada en el creer de que algún día volvería a ser ese hombre que con sus hoyuelos me sonreía y me prometía la luna. Totalmente escéptica a golpearme contra la vida y mirar que, algunas veces, las personas no vuelven a ser lo que eran, aún si luchas para que sea así.

Caí en cuenta de que, tras años de dar golpes a las situaciones que se me presentaban, después de días en los cuales pateé para salir adelante y noches interminables de llantos, me estaba rindiendo. Y, ¿la verdad? Quería rendirme.

La gente nos hace pensar que rendirse es malo; la simple acción de decir “no más” te hace parecer débil, pero ellos no saben lo que se siente el estar exhausto emocionalmente. El querer salir de un abismo en el que, algunas veces, la única forma de escapar es soltándote y observando qué sucede si lo haces. Porque,hay ocasiones en las que rendirse está bien si tú estás de acuerdo con ello. Si te sientes mejor al hacerlo y no te decepcionas contigo mismo. Si te llena una sensación de libertad que jamás pensaste sentir.

Y creo que lograré pasar por eso pronto, porque mi rendición era salir de esa casa y, finalmente acabo de hacerlo.

—¿Elizabeth? —escucho desde abajo, donde la voz melodiosa y un tanto preocupada de la mamá de Trey me llama—. Cielo, ¿podrías bajar con nosotros?

Respiro hondamente, apoyando mi cabeza contra la rodilla porque al parecer en el transcurso de mis divagaciones decidí sentarme contra la pared para estar más cómoda. Sé que no debería sentirme nerviosa de hablar con la señora Petryfork, pero no puedo evitarlo.

—Sí, señora. Bajo en seguida —exclamo, levantándome de un salto para tomar fuerzas y energizarme. Han sido muchas emociones por unas cuantas horas.

Cuando voy bajando las escaleras una mancha naranja se enreda entre mis pies, haciéndome cosquillas. Me rio ligeramente al ver a Rocky hacerme ojitos, como queriendo que lo tome entre mis brazos y me lo lleve a descansar. Hasta lame mi pantalón, reclamando.

Oh gatito, si supieras lo mucho que deseo hacer eso.

Cariñosamente paso mi mano por su pelaje y niego con mi cabeza, haciéndole saber que no es el momento adecuado. Puede que no entienda nada, pero al menos distrae.

Finalmente entro a la cocina, donde la madre de Trey está esperándome sentada en la mesa con 2 platos de huevos y salchichas y una sonrisa tranquilizante. Espero ver a Jason cerca, solo que no hay rastro de él, por lo que asumo que ya se fue. Al lado de ella, su hijo tiene la misma posición, pero sus ojos me gritan que todo estará bien. Cruzo los dedos porque sea así.

—Buenos días, Elizabeth. Siéntate —me dice, haciendo un ademan hacia el asiento. Claramente le hago caso—. ¿Cómo amaneciste?

Escucho cómo Trey se atraganta con su fresco, pensando en cómo dormimos anoche y que desperté rodeada por sus brazos.

Si pudiese, rodaría mis ojos en este instante.

—Bien, muchas gracias. ¿Y usted, señora Petryfork?

Sonríe tiernamente.

—Igualmente, gracias —en segundos, se pone totalmente rígida y me mira fijamente, casi como un predador—. Ahora, pasando las formalidades, seré directa, Liz. Mi hijo me acaba de contar la situación de lo que te trae aquí hoy, sin embargo sé y estoy segura de que se ha saltado muchos detalles, por lo que quiero oír todo de ti. Si planeas pedirme algo, será mejor que lo vea salir de tu boca. En serio.

Mis labios se curvan en una mini sonrisa, porque amo la forma de ser de esta mujer. No hay ni un solo pelo en su lengua. Siempre dice todo sin censura, como debe ser; no teme herirme sabiendo mi historia y, si bien está consciente de que hay posibilidades de que me ofenda, no le interesa, porque así es su personalidad.

Genial.

—¿Por dónde debería empezar?

Mueve sus dedos contra la mesa, impaciente.

—Yo diría que por ayer en la noche, dado que mi oh-muy-especial-hijo no llegó a dormir y ni una nota me dejó —dice, fulminando a Trey con la mirada. Él se encoge en su asiento, mirando hacia otro lado—. Tan considerado. 

Hago una mueca.

—Um… Lo lamento por eso. Es obviamente culpa mía.

Él bufa, acomodándose en su silla.

—¡No es tu culpa, simplemente la situación se dio! —planea seguir hablando, pero si las miradas mataran, Trey ya no existiría.

Sin inmutarme, continúo.

—Bueno, señora Petryfork, no sé si usted sabía, pero ayer fue el aniversario de muerte de mi madre —digo, sintiendo el nudo en mi garganta comenzando a formarse con el simple pensamiento—. Por lo general, la visito cada año en el cementerio y dejo unas flores para ella, pero gracias a Dios, en esta ocasión Trey estaba ahí para mí y me acompañó.

Ella asiente, mas su expresión no cambia.

—Después de haberla visitado durante unas horas, salimos a comer y para la noche él me dejó en mi casa como siempre. Juro que estaba haciendo su camino hacia acá, sin embargo cuando llegué y entré a mi hogar, escuché unos sonidos extraños provenientes del patio trasero —cierro mis manos en puños, tragando—, al parecer mi padre estaba teniendo un ataque de rabia y borrachera y decidió quebrar toda la vajilla de la casa, gritando improperios a medio mundo y, me asusté tanto que lo llamé y le pedí que fuese conmigo, porque al menos lo tendría para protegerme.

Empiezo a comer un poco de mi plato para distraerme de tener que ver cómo va reaccionando.

—Para el momento en que llegó la mañana, papá obviamente se había calmado y estaba durmiendo tranquilamente en su cama, sin embargo la sala estaba hecha un desastre, llena de gotas de sangre por sus cortadas y había pedazos de vidrio por todo lado. La cocina estaba peor y el jardín ni que se diga. Fue horroroso limpiarlo. Todo lo fue —me encojo de hombros, insegura de cómo seguir—. Finalmente me di cuenta de que no podía seguir en una situación como esa y, cuando Trey despertó, se lo hice saber, por lo que tomé mis cosas y me fui. No soy capaz de seguir viviendo en esa casa, señora, es demasiado doloroso. Cada recuerdo de todas las cosas que he pasado en esas paredes se encuentra en el aire, atormentándome. Es demasiado con lo que vivir. Por eso necesitaba escapar, porque aunque en un inicio me negaba a hacerlo, siempre he sabido que es lo mejor para mí, tanto física como emocionalmente.

Una mano se envuelve alrededor de la mía por encima de la mesa y me aprieta con fuerza, transmitiéndome su apoyo. Confieso que pensaba que era Trey, pero entonces vi que los dedos que me rodeaban eran los de su madre, quien con sus ojos me miraba atentamente. Sin juzgar. Sin prejuicios.

—No es fácil dar el primer paso en algo como esto, señora Petryfork. Creo que usted más que nadie comprende mi posición y, es por eso que me niego a dar un paso atrás y volver a esa casa. A verlo de nuevo. Simplemente no puedo más. Sin embargo no tengo lugar a dónde ir y esto me trae aquí, a preguntarle si cabría la posibilidad de quedarme por un tiempo viviendo con ustedes, por lo menos hasta que consiga un lugar para mí —la observo directamente, tratando de transmitirle la sinceridad que siento interiormente—. Mañana, después del colegio, iré a buscar trabajo de medio tiempo para poder pagarle gastos. Prometo que sé hacer los quehaceres de la casa muy bien. Estoy dispuesta a dormir en el suelo. Si lo desea, cuidaré a Rachel cuando lo necesite, pero por favor, se lo ruego, déjeme quedar. Respetaré cada regla que se me imponga, pues entiendo que vivir en la misma casa que mi novio no es lo más apropiado, pero haré lo posible para que lo sea. Solo… ayúdeme, se lo pido.

Un silencio mortal llena la cocina, logrando que mi corazón se acelere más de lo que debería. Anhelo ver a Trey para saber qué piensa con una sola mirada, pero no lo hago, porque el contacto visual es clave en estos segundos. Acepto la mirada que ella me da, como un reto para analizar si logro mantenerle el juego y, después de segundos, suspira y palmea mi mano con cariño.

—Está bien, Elizabeth. Puedes quedarte. No habría forma en el mundo en la que te habría dicho que no.

Una burbuja se apodera de mí en ese instante de la felicidad que logro sentir. La sonrisa más grande que he tenido alguna vez se apodera de mi rostro como goma de mascar y me rio como loca, porque no puedo creerlo. Trey salta de su silla y grita un “wuju, ¡te amo!”, para luego besar a su madre con un sonoro “muak” y en instantes me saca de mi silla, abrazándome con felicidad.

Le devuelvo débilmente el abrazo, no porque no quiera, sino porque estoy exhausta. Dios, no son ni las 8:00 y ya siento que podría dormir por horas. He hablado demasiado hoy.

—Muchísimas gracias, señora. En serio —digo, tratando de zafarme de los brazos de Trey para abrazar a su madre, solo que no me deja, por lo que me resigno a mirarla. Ella asiente, riéndose a su vez.

—Ven, vamos a decirle a Rach.

No tengo tiempo para contestar, porque soy jalada por la casa hasta las escaleras para poder anunciarle a Rachel las buenas nuevas. Saltamos de dos en dos los escalones hasta que entramos sin permiso a la habitación y, entonces, algo cambia en mi cabeza.

Flashes de mí subiendo las escaleras de mi hogar se muestran en mi mente, pequeños pero claros. Yo feliz, llegando a mi cuarto para encontrarme a papá sentado en la cama. Sus ojos inyectados en sangre.

Mis ojos con pánico.

Mi respiración entrecortada y… y…

Y entonces mis pies ya no me sostienen más.

—¿Papá? —susurro, dando un paso hacia atrás. La habitación está pobremente iluminada, pero aún así puedo verlo claramente a él, sentado inquietamente en mi cama, como un animal enjaulado que desea salir—. ¿Qué sucede?

Sonríe lentamente, tronando sus dedos. Me analiza de arriba hacia abajo, al igual a cómo alguien observaría la basura y entonces escupe al suelo, con desprecio.

Los vellos de mis brazos se erizan.

—Zorra. Eres una zorra —se levanta con calma, haciendo un extraño baile conmigo, pues cada paso que retrocedo, él avanza—. Escapas por la noche para irte con un hombre, pensando que no me daré cuenta, en un vestido tan corto que se te ve hasta el culo y un maquillaje de puta. ¿Qué querías, eh? ¿Llamar la atención? ¿Seducirlo? ¿¡Follártelo!?

Golpea la pared y gruñe. Atrás, me parece ver una jeringa tirada, adornando el ambiente y las botellas se esparcen en el colchón.

Tomó y se drogó. No, no, no.

—Yo no quise…

—¡Claro que lo quisiste! —grita, haciéndome temblar—. ¡Todas lo quieren, siempre lo hacen! ¡Eres una puta y así es cómo te trataré! ¡Te enseñaré lo que es sentirse cómo una y luego te arrepentirás tanto que no volverás a escapar de casa ni aunque te ofrezcan millones de dólares para abastecerte por toda una vida!

No había terminado de gritarme cuando ya había comenzado a correr por las escaleras, temblando y convulsionando. Tengo ganas de vomitar todo lo que comí en la noche. Sus palabras se repiten en mi cabeza como una grabadora que no deja de funcionar. Oigo sus pasos atrás, persiguiéndome, pero no pienso. Solo corro, porque parece la única manera de escapar.

Bajo las escaleras lo más rápido que puedo, sin embargo un zapato me golpea en la espalda baja con demasiada potencia, por lo que tropiezo y ruedo. Por cada escalón en el que resbalo los raspones se multiplican y juro que escuché el “crack” de un hueso. Me volteo, esperando verlo en mi rostro, pero aún sigue en el segundo piso, observándome con disgusto

—Puedes correr todo lo que quieras, pero no hay escape.

Y aún cuando hay una pequeña parte de mí que grita que tiene razón, que debería detenerme, sigo corriendo, sin saber a dónde me dirijo. Paso la sala y la cocina, llego a la puerta trasera y trato de abrir, sin embargo tiene cerrojo. Temblando, busco a tientas las llaves, para darme cuenta de que él las tiene. Él lo planeó.
Una mano se apodera de mi cabello y me noquea contra la puerta de madera, haciéndome gritar por la sorpresa y el dolor. Inmediatamente lo golpeo con mi puño, mas no logro hacer nada.

—¿Y por qué no lloras, eh? —su rostro está encima del mío, oliendo a alcohol y asquerosidad—, ¿por qué no sollozas como solías hacerlo cuando eras más pequeña? Te retorcías con mis manotazos. Rogabas para no seguir.

Aprieto los dientes, sacudiéndome en un pobre intento para huir. Él tiene razón. Deseo llorar con tantas ganas que mis ojos están acuosos, sin embargo todas esas escenas en las cuales él me torturaba y me decía “marica” se reproducen en mi mente una y otra vez, haciendo que la rabia le gane al sufrimiento y no deseen dejarlo ganar.

Sin fuerzas, pateo ciegamente, dándole directamente en sus testículos. Casi al segundo me suelta, lo que aprovecho para saltar y escapar hacia la puerta de salida, a la cual no le puse seguro cuando entré, pero que —obviamente—, él sí lo hizo. Desesperada y gimoteando, lo veo levantarse y mirarme con locura, aunque no me permito seguir haciéndolo, pues salgo como un rayo hacia mi habitación. Si logro cerrar y tirarme por la ventana, podría salir.

Subo las escaleras a cómo me dan las piernas, cansada, exhausta y un pedazo de vestido se queda pegado en el barandal. No me detengo, permito que se rasgue y simplemente continúo. Cada paso que corro, es otro paso que él avanza, pero juro que con mi mano estoy a punto de tocar el cerrojo de mi habitación cuando él me toma de la pierna y me arrastra hacia el suelo.

—¡NO! —grito, finalmente permitiendo que las lágrimas bajen por mis mejillas. Hay algo en mi voz que se quiebra, un sonido que jamás escuché de mí—. Por favor, papá, te lo pido. No lo hagas. Papá… ¡PAPÁ! ¡NO!

Pero para el segundo “papá”, ya es demasiado tarde, pues una mano sube por mi pierna desnuda, acariciándola como la ocasión en la que tenía nueve años y entró a mi cuarto en la noche. La disfruta como si fuese una paleta que deseó por mucho tiempo. Un último y desgarrado “no” sale de mis labios, haciendo mi pecho doler y mi garganta sangrar de tanto rogar, pidiéndole a Dios que me salve de esto, aunque sea esta vez.

Y entonces me toca donde nunca nadie me ha tocado…

Y es ahí donde finalmente me pregunto… ¿Por qué a mí, Dios?

 —¿Liz? —escucho a Trey decir de forma lejana, como un eco aproximándose a mi oído—. Liz, ¿estás bien?

Abro los ojos con cuidado, sintiendo mis mejillas mojadas por las lágrimas derramadas. Trato de incorporarme en el suelo, pero es ahí cuando veo los hermosos ojos verdes de Trey mirarme de forma amorosa y con una preocupación indescriptible. Lo observo sonreírme, asegurándome que todo estará bien y acaricia mi mejilla, queriendo relajarme.

Y es así cómo vomito cada onza que existe en mi estómago, sin parar, porque él me acarició…

Él me tocó.

Él me arruinó. 

¿La diferencia entre las promesas y las memorias? Es que rompemos promesas, pero las memorias nos rompen a nosotros. 

 PD: ¡La última escena ES UN RECUERDO DE LIZ bloqueado por su mente! Sucedió después de su primera cita con Trey, en su cumpleaños, solo para que sepan^^

PD2: Me odiarán, pero la verdad tenía el cap hace 2 semanas y no pude subirlo D: Lo lamento por haber tardado tanto (como siempre, I know, soy horrible alsjdalsk), pero GRACIAS por seguirme leyendo, leo cada uno de sus comentarios. Los adoro, son los mejores<3

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Soy una chica que escribe de amor, pero nunca se ha enamorado. Esa chica que relatará sobre el dolor y tal vez no ha llegado ni a conocerlo realmente. Soy la joven que seguramente te dirá todo sobre cómo tener buena autoestima, pero le cuesta aplicarlo a sí misma. Una muchacha que contará historias que ni en su vida le han sucedido, pero, ¿sabes qué? Eso está bien, porque soy una chica que escribe y que si sabe describir todas esas cosas sin haberlas experimentado, cuando lo haga, será algo que simplemente te dejará espantado. Soy la chica de 16 años que puede ser tu vecina. Soy esa que lee y escucha música en una cafetería. Soy la chica que seguramente lees, pero nunca escuchas. Tu compañera de clase que escribe cuando puede y la única que te observa por pura curiosidad, no por criticar. Sí, soy la chica. Esa chica.

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